El otro día, en el puerto de Manzanillo, compré una linterna. No era la más duradera, ni siquiera la más potente, pero iluminaba, y eso era lo que estaba buscando. Una herramienta que guíe en la oscuridad.
Apenas despuntaba el alba, comenzaba el habitual ajetreo de a bordo. Los marineros acudían a sus respectivas obligaciones en trabajos de cubierta, cocina o máquinas. Los oficiales atendían los asuntos relativos a la navegación del buque y los guardiamarinas se acicalaban para asistir a la revista de policía.
Por mi parte, algunos de nosotros fuimos a exponer al señor Comandante y a los Tenientes de Navío las condiciones meteorológicas que se preveían hoy. Entre las lecciones que hemos aprendido, me quedo con actualizar las fuentes meteorológicas para que sean lo más precisas posibles.
Nos uníamos después, con el sueño del que ha trabajado duro en la nocturnidad del Pacífico, a las clases de la mañana. Uno pudiera pensar que, en tal situación de fatiga acumulada, nos estaríamos debatiendo entre el sueño y la vigilia. Sin embargo, nada más lejos de la realidad, la clase de Historia del páter resultó ser sumamente interesante –concerniente a la fabricación de buques de guerra en el siglo XVIII-, y nos mantuvo en vilo durante toda la hora.
A la hora de la meridiana, prestos y dispuestos con nuestros sextantes, acudimos al alcázar para tratar de intuir nuestro lugar en el vasto mundo. Y, aunque la filosofía trata de resolver esta pregunta con bastantes dificultades, los marinos sabemos que la respuesta está en los astros. Siempre hemos sabido que, con una precisa latitud y longitud, el enigma está resuelto.
La comida fue deglutida sin miramientos en cuanto osó plantarse en la mesa. Acto seguido, perpetuamos en nuestras carnes la viva tradición hispana de la siesta. Nos levantamos de ésta conscientes –algunos tardaron unos minutos en estarlo- de que acontecía a continuación algo inusual: ensayo de canto. La banda de música invadió nuestra cámara y, con ayuda de nuestros bajos y tenores, célebres pasodobles inundaron la estancia. "Soldadito español" o "Banderita" fueron algunas de las canciones que cantamos.
Rielando la luna sobre la mar, concluye el día. Ha sido un intenso, como tantos otros a bordo. Podría perderse entre los demás días, como un documento que se traspapela. La clave está en saber encontrar esa linterna adecuada que nos arroje algo de luz y nos permita apreciar la belleza de la rutina
Por no aburrir a los pacientes lectores, concluyo mandando un fuerte abrazo a mi padre y a mis hermanos y un cariñoso beso a mamá y a Manuela. Me encomiendo a María, la Virgen del Carmen para que nos vele y ampare con su manto.
En un lugar conocido del vasto mundo, Océano Pacífico, a bordo del B/E "Juan Sebastián de Elcano" a 5 de abril del 2024,
Guardiamarina de Primero Javier de Zulueta Cuquerella